El viaje empieza con mi deseo de cambiar mi fecha de regreso, pero existen sólo dos opciones para realizar el cambio:
Desembarcar del vuelo, comprar el ticket de nuevo ida y vuelta y volver a embarcar.
Presentar un certificado de enfermedad.
Dónde está la libertad de volar? Así lo dicen todos los paneles del aeropuerto, sin embargo no volamos tan libremente.
Los aeropuertos siempre me confunden y trato de distraer mi confusión mirando (si es que no puedo escribir). Miraba y jugaba con unas piedritas de imán en una tienda mientras tomaba valor para seguir avanzando hacia el control de migraciones.
Hoy parecía que el todo el mundo regresaba o partía a algún lado.
En mi caso, son ambas cosas y esto es un viaje dentro de otro.
Mientras tocaba las piedritas de imán y miraba postales y discos, me descubrí observada por un hombre que quizá sería de mi edad o un poco más joven, atractivo, de pelo claro abundante y revuelto y ojos marrones muy grandes. Estaba de pie en la tienda con su equipaje de mano rodeándole los pies, aquellas bolsas, mochilas y morrales le impedían moverse y esto lo hacía parecer una estatua.
No sé por cuanto tiempo me habría estado mirando, pero le sonreí. Suelo sonreír, por cortesía, nervios, porque la sonrisa desvía la atención del que te observa y cualquier impresión que haya tenido de ti hasta antes de ver tus dientes cambiará.
Le sonreí y el me dijo "eres muy elegante" con un acento que no pude identificar. Días atras me sentí el ser menos elegante sentada en un banquito de lounge frente a cámaras. Esta mañana, curiosamente vestía la misma ropa, pero con unos zapatos más finos . Lo cierto es que no creo ir muy elegante, pero quizá antes sus ojos de turista que ha esacalado mil montañas y que de pronto se encuentra inmovil y sujeto de los pies por su equipaje de mano, el hecho de que yo llevase una chaqueta oscura, que caminara con cuidado entre los mostradores y al final estar manoseando piedritas de imán para distraer mi ansiedad y perdiendo la mirada en esa tienda inmensa le debió resultar elegante como le pudo haber resultado un gato negro recién acicalado o un ave colorida posada en una rama en algunos de esos paisajes que él venía de recorrer. Quizá mi búsqueda de calma le resultó elegante luego de conocer el caos limeño, la cumbia, las chicas con minifaldas y botas y los hombres con el pelo tieso de gel fijador.
Le seguí sonriendo y me fui de la tienda caminando muy despacio. Luego, tuve ganas de volver y decirle que en realidad no creo ser muy elegante, que hace días no supe cómo sentarme en un banquito de diseño, que en mi bolso hay pañuelos de papel con manchas de café, que hoy no me lavé los dientes y que lo único que quiero es llegar a Guayaquil, quitarme la chaqueta oscura (elegante) y abrazar a mi hermanita como abrazan los osos perezosos a los árboles y quizá quedarme dormida así.
No sé porque a veces siento que debo tener arranques de sinceridad con desconocidos, o no sé como tomar los cumplidos, a veces me pueden deshacer, sentir que les debo algo, pero seguí caminando y quizá el seguirá pensando de mí que soy elegante y yo pensaré de él que es un poco ingenuo, que quizá las montañas y la naturaleza le abrieron tanto los ojos como los obturadores de cámara para lograr captar la luz y que al final la ansiedad y cansancio de una chica de 33 años se pueden confundir con elegancia.
O quizá, bueno, sí, qué carajo, puede que sí sea elegante (calle, pero elegante como dice la canción). Mi abuela lo era y yo espero haber heredado sus maneras.
( y mi fantasía romántica de encontrar al amor de mi vida en un aeropuerto se perdió al pasar el control de migraciones, quizá ya encontré al amor de mi vida en un aeropuerto, de hecho sé que sí, pero aquí estoy sola, escribiendo sobre extraños)
Dentro de algunas horas me encontraré con mi hermana, seguramente veré también a mis dos hermanos, a mis tías paternas y a mi padre, a quien pongo al final en esta lista con alevosía.
Siempre me resulta difícil encontrarme con mi padre, porque veo claramente que es mi padre de verdad y sin embargo quisiera mantener la fantasía que tuve de mi padre durante más de 25 años. La realidad tan brutal siempre me ha molestado y por eso huyo en la ficción.
Cuando el pensamiento sobre mi padre desconocido llegaba, imaginaba un hombre diferente a él y quizá lo menos parecido a mí, pero con todo aquello que a mis genes les hubiese gustado heredar.
De hecho, me he dado cuenta de que después de estos siete años desde que lo conozco, he heredado algunos gestos de él sin conocerlo. He heredado la manera de abrir los ojos cuando algo me agobia y la melancolía. Tengo la certeza de que que mi padre es un hombre melancólico que contempla iguanas y se pierde en sus pensamientos sentado en los bancos de los parques de Guayaquil mientras espera algo (igual que yo) , pero su cercanía al mar y a la línea Ecuatorial hacen que esta melancolía se camufle en su guayabera, pues imagino que pocos seres melancólicos visten guayabera. Su melancolía se disfraza en su acento casi caribeño, que suena como esos acentos que no son melancólicos, y al mismo tiempo, teniendo ese acento de merengue bailado, es un guayaco que habla bajito, cosa que es extraña.
Cuando estoy con mi padre, nunca sé que decir. No me gusta mirarlo a los ojos y siempre trato de señalar cosas y le pregunto "¿qué es eso?" sólo para lograr que no me mire y que me hable de cualquier cosa, o quizá para sentir que soy una niña y que él es mi padre, la persona que me dejará ver el mundo a través de sus ojos y que eso me bastará para dejar las preguntas, para sentirme segura y para encontrar una identidad.
A veces, mientras estoy con él y andamos en silencio tengo la fantasía de haber cumplido quince años y que hubiese bailado el vals con un vestido rosado inmenso. No es un deseo, pero pienso que a él le hubiese gustado eso y de haber crecido yo a su lado, a lo mejor cedía a celebrar mi quinceañero o quizá hasta lo hubiese querido yo también para entender que dejé de ser niña, cosa que teniendo esta edad a veces creo ser la misma adolescente que iba a los parques a patear piedras. Y seguramente en esa fiesta donde serviriamos enrollados de hot dog y empanadas rellenas de queso cheddar, en esa fiesta rodeada de flores daría un discurso lleno de lugares comunes y me llamaría "señorita hija" o "mi pequeña" y se le cortaría la voz de la emoción de verme convertida en una mujer y yo en esa fantasía me sentiría como un muñeco de peluche lleno de flores y protegido por mi papi, porque seguramente lo llamaría "papi" como llaman la mayoría de los habitantes de la costa del Ecuador y el Caribe a su padre y también a sus amantes.
Pero yo no le digo nada, ni papá, ni pá, ni papi, a veces le digo "padre" Evito su mirada como evito mencionar su nombre y creo que me dirijo a él directamente y siempre con preguntas. ¿Qué es eso? ¿Cuántos años tiene este monumento? ¿Dónde está el mar? ¿Cuándo se fundó Guayaquil? preguntas de niño, son sólo preguntas las que tengo hacia el, pero muchas de ellas no creo que me atreva a formularselas y cada vez que me encuentro con él, sólo trato de distraerme de la realidad de que él, ese tipo melancólico y guayaquileño que ha tenido hijos con tres mujeres distintas y que aún parece no haber encontrado calma, ese tipo perdido, que parece seguir buscando amor en el pasado, en el tiempo perdido, ese es mi padre.