En estos días ando pensando en los años que pasaron desde el accidente hasta hoy.
Creo que, el hecho de que piense en ellos (y que escriba aquí sobre ello) es quizá una buena señal, un indicio de que quizás estoy saliendo de ese periodo pues ahora puedo mirar atrás y todo eso esta ahí como una habitación o un objeto, sin embargo hacer esta retrospectiva a veces me angustia.
Empecé este blog en un hospital psiquiátrico cuando tenía mucho miedo a dejar de escribir y además buscaba una salida a los días dentro de ese ambiente tan aséptico. Luego, vinieron periodos en los que no escribí nada, ni la lista del supermercado y al final eso llegó a preocuparme, pero trataba de calmarme pensando en que si la escritura había llegado a mí para escapar de una muerte en mi adolescencia, no debería sorprenderme que la misma escritura me abandonase luego de otra muerte.
Así como llegó podía irse y yo sé bien que yo no poseo a la escritura, sino que ella me posee a mí.
Pero hubo días en los que me angustiaba no escribir, aunque vivía ya casi resignada a no hacerlo. 'Resignación' era una palabra que por esos días (o años) me fue repetida tantas veces, fui a terapias cognitiva sobre resignación aunque no lo llamasen así. La gente me repetía esa palabra como un saludo. Las pastillas parecían envenenarme de ello de resignación.
Esos días fueron como pasadizos, no estaba en ninguna parte, siempre me encontraba atravesando algo, un duelo, una crisis, una descompensación de químicos en mi organismo. Fue un periodo muy difuso y al mismo tiempo me iban sucediendo cosas que, vistas desde afuera, se podrían ver como hitos importantes es mi vida, curiosamente en ese periodo en el que casi no escribí casi nada, era reconocida como escritora.
A veces despierto de pronto, como ahora, y recuerdo esos días enfrascados, donde me movía por todos lados en una jaula de aire, llevaba un vidrio por delante y a veces se quebraba, pero las dosis me protegían de nuevo con nuevas paredes transparentes.
Haciendo cuentas, entre el 2008 y el 2011 sólo recuerdo que trabajaba intensamente y luego dormía. Supongo que también socializaba, viajaba, intentaba establecer relaciones, porque hay fotos y algunos apuntes, sin embargo no tengo un recuerdo claro de esos episodios. Sólo recuerdo mis días en la oficina de la universidad, el olor de la tinta de la fotocopiadora, las aulas, mi desayuno en la cafetería, mi tarjeta con mi foto como empleada de la universidad, el ascensor. Aunque no tenía demasiado trabajo al principio, estar delante de una clase me resultaba una hazaña que me dejaba exhausta.
Llegaba corriendo a casa, preparaba algo de comer y luego dormía. Así por casi tres años, hasta me dieron un premio por mi desempeño como profesora y no entiendo como logré ser una máquina por tanto tiempo, no lograba entender nada sin embargo todo por entonces y al parecer era ininteligible, hasta que fue una especie de despertar en el otoño del 2011, al iniciar el semestre, cuando me di cuenta de la realidad o simplemente y quizás otra realidad rompió mi rutina que llevaba: del trabajo quedando exhausta hasta el sueño artificial de cada día .
Ese otoño desperté y no puede salir de mi habitación a dar clases a la universidad. Lo más curioso fue que lo asumí como un acto normal durante las primeras horas y cancelé el seminario más importante del semestre con un mensaje breve a mi jefe. Después de unas horas, todo estalló. No hubo ruido, pero los objetos se iban destruyendo delante de mí como en las explosiones de pruebas atómicas.
Tuve tanto miedo que permanecí escondida bajo mis sábanas por un par de días y luego lo que recuerdo después, aunque no sé si fueron semanas después o días después, fue mi conversación con el médico, el empacar una maleta pequeña y un taxi que me llevó al hospital al que yo por entonces llamaba casa de reposo para no dramatizar ni asustar a nadie.
No recuerdo demasiado lo que pasó entre el otoño del 2011 y el verano del 2012. Fueron nueve meses de vivir en pasillos y medicada puntualmente.
A veces cuando no puedo dormir, hago inventarios de cosas inútiles, como los tipos de harina que guardo en la alacena, mis aretes y sortijas o los preparados que tomé durante estos cinco años: Vival, Rivotril, Apodorm, Imovane, Sobril, Truxal, Escitalopran, Venlafaxina, Lamictal, Zyprexa, Fluanzol, Orfiril, Litionit, Wellbutrin, Buspiron, Tolvon, Seroquel.
Puestos así, uno tras otro podrían armar un poema.
Ayer hablaba con K. y entre tantas cosas que suceden nos dio nostalgia por el clonazepam, pero ella a aprendido a comer cupcakes y bebe café a veces se emborracha, yo hago lo mismo, sin cupcakes pero de vez en cuando voy a la panadería y pido pan de canela recién horneado y me siento en alguna banca con un termo de café y como todo eso y creo que todo está bien como en los momentos Nescafé, aunque no niego que de vez en cuando miro hacia atrás y me angustia la idea de volver a vivir en tránsito y en jaulas de aire, y no debería asustarme pues es la manera más fácil de vivir sin que nada te duela, todo va pasando y te vas olvidando de todo lo absurdo y lo vacío del ritual cotidiano, de las ceremonias y títulos, de la ausencia de palabras, te deja de doler la violencia del tiempo y mientras vas por esos pasillos te distraes de la verdad absoluta de que has venido al mundo inevitablemente a envejecer (si es que lo consigues) y a morir.
Ahora tengo que intentar volver al sueño, sin clonazepam, sin nada, sólo la batalla de siempre que empezó en mi adolescencia.
Felizmente y desde entonces no me he resignado.
Felizmente todavía me quieren las palabras.