torsdag, mai 23, 2013

Única


A todos los hijos únicos nos deberían dar en el limbo (el lugar de dónde mi abuela solía decir que estaban los bebés antes de nacer y a dónde volverían de no ser bautizados) un curso de cómo sobrevivir en el mundo lleno de gente.

Desde chico te llaman hijo único y tú te la crees porque todavía los diccionarios pesan más que tú y la adquisición del lenguaje no llegará de sus páginas, sino con las actividades ligadas al mantenimiento de tu cuerpo: dormir, bañarte, comer, cambiarte de ropa o pañales, bañarte, andar. (El descubrimiento sexual llega más tarde y siendo hijo-a único y si  este despertar te coge –literalmente- sin diccionario estarás jodido por el resto de tu vida, como yo).

Bueno.

En ese curso nos deberían decir que no somos únicos, que tal cosa no existe.  Nos deberían llevar a hacer excursión por los grandes mercados y ver que hay tallas únicas que en realidad es una talla que se prostituye y deforma para todos los cuerpos. También modelos únicos que se venden por docenas en todos los puestos.  

Después del mercado, nos deberían poner a ver los anuncios de la tele: precios únicos, ofertas únicas, seguros únicos (y así en plural, así nos agarran de giles a los únicos) y que nos cuenten que también hay seguros de vida únicos que son los más baratos y si te mueres en la vía, el seguro es tan único que probablemente no te pagará el entierro ni la repatriación como si uno tuviera patria.

Así, entonces no andaríamos por el mundo creyendo que somos únicos y si más tarde nos dicen “eres la única y cómo no creer en el amor” (canción de Luis Angel que es como comer  un min pao de frejol colado en el barrio chino, lleno de chantilly rosada made in el mercado central al frente, con la más selecta crema de leche Enci) entonces no nos vayamos a creer el cuento y cuando luego de algún tiempo nos dejen por un nuevo hermano, un nuevo trabajador, una nueva musa o una nueva esposa, nos vayamos más tranquilos y sin menos rabia al bar más cercano.

También, en ese curso nos deberían entrenar a sobrellevar los celos. Sí. Levantándonos la autoestima pero sin engañarnos y hacernos creer que somos irremplazables, necesarios y únicos. No lo somos, siempre habrán otras versiones alternativas (mejoradas o no) ante los ojos del otro, que también tengan blogs, hagan dibujitos y escriban poemas como tripas que eso no nos hace especiales. Somos totalmente reemplazables, cambiables, moldeables como las tallas únicas de lycra y le dirán a las otras que también son únicas y si han sido hijas únicas van a escribir un texto como este en un diario, en una pared o en un blog.

En días como estos es que salgo a buscar a mi evil twin, a mi doppelänger, a mi doble (ya saben que pasa si uno se encuentra con su doble, no?) que siempre sé que ha estado allí aunque haya sido hija única hasta los 26, aunque haya bloqueado su presencia y ella haya bloqueado la mía para poder sobrevivir.

Este texto es como un hijo único (que no lo es, ni lo fue, ni existe) en una rabieta en medio del mercado.





tirsdag, mai 14, 2013

Ternura

No sé por qué a veces cuando veo dormir a mi gato (que duerme todo el día) me despierta una especie de ternura que me hace sentir vulnerable.

Es negrito, robusto y peludo.

He oído decir a las mujeres-madres de mi familia que siempre les resultaba muy tierno el ver a sus hijos dormir (y de paso, les dejaban tiempo libre).

Los hijos de las mujeres-madres de mi familia (yo incluida) también hemos sido negritos, robustos y peludos, unos más que otros, pero todos reunimos esas tres cualidades.

Esa debe ser la clave de la ternura.


 








onsdag, mai 08, 2013

Muro Oral Libertad

En Letonia tuve la impresión de que algunas personas echaban de menos el concreto (ojo, no cemento) de la época soviética, la cortina de hierro, el muro.

Lo entiendo.

Yo también echo de menos ese hierro que daba estructura a mis huesos, ese muro que frenaba mis caballos y que ahora se me ha derrumbado. 

Yo, al igual que los letones, no lo sé explicar, por qué extrañar las barreras, los cinturones, no lo puedo decir a boca de jarro,¿cómo decir que extraño la rienda maullando en los tejados?  Me pasa así como a los letones que no lo saben explicar y que tampoco lo dicen a boca de jarro, pero hay algo en sus miradas, la contradicción y el encuentro, en el encuentro de sus dos lenguas con la mía, hay algo en el tacto, en su pelos que amanecen, en sus maneras de hierro y concreto, en sus abrazos laureados. En todo se trasluce el desconcierto en libertad y la conciencia de que la muralla ya no está. 

El muro cae, la puerta se abre, el dique se rompe, las altas se firman, el hierro se funde, el concreto se vuelve polvo gris y nos quedamos ante todo lo desconocido y lo llamamos realidad. 

Miramos hacia atrás y el muro donde nos estrellábamos rutinariamente ya se derrumbó. Quizá extrañamos la sensación del golpe o la rutina estable del dolor. Nos queda la frustración de haber desarrollado el talento de cómo sobrevivir en el hierro y en el asfalto, la experiencia de la guerra, el conocimiento, las medallas, la estrategias de ocupación de qué sirven ahora en tiempos de libertad, de qué valen los títulos, los grados académicos el pasaporte letón para viajar libremente a Moscú. Ahora, nos han salido alas, agallas, picos , branquias y nos dan de alta a otra realidad.

Todo se abre. 

Las aberturas implican derrames, caídas, pérdidas, partos, dolor.

Sucede a veces que el sueño se me interrumpe y despierto de súbito y con eso llega una especie de agorafobia. 

Antes conocía el grosor de los muros y el tacto del hierro.

Ahora estoy sentada en una plaza comunista, la cortina cayó, el muro se derrumbó y a lo lejos se va erigiendo el monumento a la libertad.

Y me pregunto, cómo diablos vamos a vivir en ella, libertad erecta que apunta al cielo y más allá, si desde que nacemos nos enfrascan en un sistema de carne y de papel:  las huellas, la foto, certificar el nacimiento como si no bastara con el llanto, el nombre y los apellidos que sobran o faltan, los astros y el zodiaco, la sangre heredada, las dolencias, los diagnósticos, el desahucio mental y luego los pasos, las barandas, los golpes contra el suelo, las palabras aprendidas, los uniformes, el periodo, los horarios, los diplomas, más papeles, las alianzas, la construcción de la casa, la noción de hogar y más papeles, los divorcios, las calles, los litros de alcohol, los números de teléfono, las rutas de metro, la inmigración y su sellos, los aeropuertos y sus puertas de embarque, los pasaportes, las alianzas, la sintaxis, la patria y sus límites protegidos, la guerra, el duelo y sus ritmos, más papeles, las lápidas, la soledad, los frascos, las dosis, las horas de sueño.

¿Cuándo demonios hemos nos han enseñado libertad? 

¿Cuándo hemos aprendido libertad?

¿Cómo se hace para despertar sin la agorafobia de una estatua que nos ha liberado, y que sin embargo, nos sobrepasa en altura y peso, y se erige desde el concreto y se sostiene sobre el hierro?

Sí alguna libertad conozco, es la de las palabras, documentar la soledad, escribir, abrir la boca, los sonidos, los trazos y los símbolos y al mismo tiempo, vivo libre y encerrada en una patria de palabras ajenas.

En días como estos suelo acostarme en el suelo. No sé si para evitar la caída inminente o para sentir que la estabilidad empieza por mi espalda.

Saber las medidas de la habitación, las palabras repetidas, la ubicación de las puertas, la seguridad de los gestos, las llaves colgadas, el movimiento del picaporte, la mirada constante (ojalá) el mapa, los pasos y hasta aquí llego.

Estabilidad.

No sé si es eso lo que busco o de lo que escapo, probablemente es algo en lo que estoy inmersa sin darme cuenta, como la estabilidad de estar sentada frente al teclado, la estabilidad de estas líneas, el orden, los puntos y comas que siempre intento. 

Estabilidad y mi rutina antes del sueño inestable.

Me lavo la boca con una pasta rusa que me robé de un baño en Letonia. Me crea murallas de calcio y de fluor en los dientes, impide la abertura, las caries, me evita el dolor del dentista y a veces en voz alta empiezo a deletrear el alfabeto cirílico.

Letonia y aliento.

Desde el fondo de ese aliento soviético ha salido este texto añorando la muralla y el hierro.

La pasta dental se acaba.

El muro, el cemento, el calcio y el hierro se desgastan y caen.

Construiré mi monumento de la libertad con los escombros de la opresión derrumbada.

Escribiré una oda al albedrío con las palabras que me quedan después del pecado de la sumisión

(y me lavaré la boca con una pasta en otro idioma)






fredag, mai 03, 2013

Silencio

A esta hora me doy cuenta que hoy no he abierto la boca. No he pronunciado palabra en todo el día, ni en mi idioma, ni en el ajeno.

Tuve que hacer una llamada al servicio técnico de Canal Digital. Allí todo se soluciona presionando botones, asterisco, volver al menú y finalmente tu reclamo es resuelto y la señal del satélite regresa.

La tele me habla todo el tiempo, a veces la pongo en silencio, como hoy.

Ahora que escribo, creo estar hablando, pero tengo los labios resecos y las comisuras de la boca son bisagras sin aceite.

Tampoco le he hablado a mi gato.

Solo le he depilado una ceja. Sin querer. Pensé que era una espina, tome la pinza y jalé la cerda gruesísima, una ceja cana de mi gato que debe estar envejeciendo.

Depilo cejas de gato en silencio.

Ya es hora de dormir, o más bien de acostarse e intentar dormir.

Cuando era chica, rezaba en voz alta antes de dormir: un padrenuestro, un avemaría y un ángel de la guarda dulce compañía.

Por estos días ando sola de noche y de día.

No rezo en voz alta. Los padres siempre son ajenos, María es mi primer nombre y los ángeles son una ciudad o una canción de Robbie Williams.

No hay oraciones, ni ruegos.

Nada.

Solo cierro los ojos y ahogo palabras mientras me adormezco.