mandag, juli 29, 2013

Common people (is what I am)


Lo que vino después fue que entré a un set de televisión y empecé a sentir pánico.
Yo siempre había pensando que en un set de televisión había camarógrafos que controlaban las cámaras que no sobrepasarían la altura de ellos mismos. Me sorprendió comprobar que no era así, que las cámaras eran de distinto tamaño y la mayoría sobrepasaba la altura de un hombre promedio. Había una que se movía sola, un brazo mecánico gigante endemoniado por captar cada expresión de la cara de todos los que se sentarían al frente de ella, ese brazo quería atraparte como King Kong pero sin carita de mono, esa cámara subía y bajaba (seguramente todas esas cámaras tenían nombre) era un gran tentáculo mecánico con ojo que te miraba de arriba abajo.

Una señorita con una cajita que parecía la de un mago me preguntó si estaba maquillada. Le dije que sí. Lo estaba. Estaba maquillada, estaba tratando también de maquillar mis palabras porque no puedo decir en frente de tantos espectadores que en ese momento me dolía la cabeza y que quizá me iba a ser difícil recordar y hablar algunas cosas que escribí hace más de diez años y que publiqué hace más de siete.

Mi maquillaje no fue suficiente. Nunca es suficiente. Tomó una esponja y cubrió mi cara de polvos color arena. El tacto de la esponja me acercó mejilla a mejilla a todas las caras que fueron maquilladas con esa misma esponja, todos los gestos que disfrazarían y no pude evitar pensar en la piel de los políticos, las serpientes y sentí una parálisis facial cosmética cuando pasaba la esponja y con una brocha esparcía falso rubor sobre mis mejillas. Para entonces intuyo que lo que había debajo de todas esas capas de maquillaje mío y ajeno era mi piel empalideciendo. Mis labios sin brillos no estaban aptos para salir ante cámaras y hablar sobre lo que alguna vez escribí o quizá de cualquier otra cosa. La señorita coloco dos capas de brillo y mi sonrisa se volvería viscosa y brillante, podría haber sido lo mismo que hubiese comido una hamburguesa en la calle con todos los tipos de salsas oleosas, mis labios hubiesen quedado igual de brillantes.

Me sentaron en un banquito como de bar de un lounge, en esos que te sientas como castigo al no hacer una reservación o al ir sola a contemplar como los demás beben cócteles de colores mientras reposan cómodamente en sillones amplios que los abrazan.

Al subir al banquito fui consciente de tener falda y la asistenta de producción me lo recordó en una advertencia "cuidado con la faldita, ambas están en faldita" pero la conductora tenía la soltura y gracia de andar en faldita desde que nació y la habilidad para posarse en banquitos de lounge en lounge sin ser castigada, yo en cambio, fui consciente de mis piernas, de mi postura de protección la cual presiento que se verá en la tele como si estuviera aguantando la orina, las piernas juntas y quizá el cuerpo un poco encogido cubriéndome. Además de ser consciente de cada detalle que allí había, fui consciente también de mi ingenuidad, del desatino de ir con falda y de pensar erradamente o ingenuamente que, en la tele, así como las cámaras no sobrepasarían la altura de un humano, tampoco el cuerpo entero del invitado sería exhibido en un banquito: las cámaras son del tamaño de un hombre y en la tele, en un programa de libros, sólo será necesario mostrar mi torso y la cabeza a la que este está inevitablemente unido.

Me equivoqué.

Esa misma mañana había dado una entrevista en el diario más grande (literal y figuradamente) que hay en aquí y que seguramente para el día de hoy mi cara estará envolviendo pescado, cubriendo orines de perritos que aún no han entrenado su vejiga o quizá secando el barro que deja la garúa en los patios limeños, patios como el mío, cubiertos de periódico que a veces leo así, estando empapados antes de deshacerse sobre las baldosas.

Pensaba mucho en mi gato ante estas situaciones, en su elegancia (la que no llevé al set de tv ese día) y lo imaginaba dando esas entrevistas por mí, por lo menos dejándole a cargo la elegancia y la soltura de su imagen, posando para la foto o sentando en aquel banquito blanco de diseño frente a las cámaras donde seguramente el contraste de su pelaje oscuro con el fondo de ese set tan transparente e iluminado deslumbrarían al televidente, más aún si empezara a maullar (yo subtitularía).

Al día siguiente estuve también delante de una cámara, aunque esta era más amable y su tamaño era también amable y esta vez había una persona detrás de ella (de mirada amable) y la cámara estaba casi quieta. Fue más llevadero todo hasta que el muy agradable entrevistador mencionó ser uno de los diez lectores que vienen aqui a leer y entonces eché de menos a la señorita del maquillaje, a mi gato elegante hablando por mí porque me sentí descubierta frente a él y que él supiera que días atrás yo había estado protestando a escondidas y con gas lacrimógeno y que ese mediodia venía después del fin de mi felicidad de happy hour a conversar con él.

Ayer estuve con una buena amiga, escritora, en la feria del libro. Intenté comprar libros pero todo resultó ser muy intenso. Desde la entrada tuve la impresión de estar en un concierto o procesión religiosa. llegué con miedo y no pude cruzar la pista. Un chico llamado Stalin me ayudó y se metió entre el tráfico con la dureza de un político soviético, yo lo sujeté del abrigo y así pude llegar al otro lado. Todo se tornaba extraño e intenso, la gente muy intensa y el reencuentro con ella y nuestra conversación  también lo fue, una intensidad agradable, pero era entonces una intensidad metida dentro de otra. Además, el andar con ella por los stands de libros resultó como andar con algún Hollywood celebrity por el paseo de la fama. Ella saludó por lo menos a seis personas distintas y su encanto invitaba a todo aquel que se le acercaba, a empezar una agradable conversación y una parada durante el recorrido. 

Recordé a mi abuela, que era una señora encantadora y elegante (como mi amiga) y cuando me llevaba al mercado saludaba y conversaba con todo el mundo, mientras yo la jalaba de la falda y le decía "ya vámonos". Volviendo a todo eso, al mercado de la feria del libro y al de mi infancia donde veia a pollos morir desangrados, a mi amiga encantadora y al recuerdo de mi abuela también encantadora, a tantos libros no leídos, a tanto y todo allí en ese momento, al final también sujeté su abrigo, la jalé un poquito y le hice un gesto de "ya vámonos" porque tenía ganas de quedarme con ella conversando todo el resto de la tarde pero fuera de todo ese caos de gente y de libros envueltos en plástico y con PVP, cruzar la pista itra vez y terminar quizá en alguna playa asiática de las que ella ha vuelto. 

Ahora estoy en mi habitación en Lima. Tengo muchas ganas de escribir desde hace días, pero todo se me transforma en mercado, rumas de libros que no leeré, personas que me encuentro y saludo y converso y tengo que hacer paradas en el recorrido aunque a veces quiera salir corriendo, pero al fin hoy domingo, día que siempre me resultará extraño (hoy es doble domingo y feriado día de la independencia nacional) llega un poco de silencio y coherencia. Veo todo esto que aquí escribo y también me veo a mi misma adolescente y escondida, sin gato, sin amiga encantadora y popular, sin cámaras de ningun tamaño, sin chicos, sin libro publicado, sin distancia, sin Londres, sin teléfono inteligente, sin Círculo Polar, sin matrimonios, sin maquillaje, pero siempre con la misma compañía y distracción, la de mis propias palabras.




And just dance, drink and screw because there's nothing else to do.





( si notan alguna rareza más allá de la habitual en estos últimos textos, es porque los escribo desde unteléfono  en un teclado que es un vidrio pequeñito, que no hace ruido y que se empeña en corregirme en cada palabra que digito y con el esfuerzo para acertar en cada letra que hacen las yemas de mis dedos )