1. Avinor
La entidad noruega aeroportuaria (¿se dirá así?)
Avinor, algún día en que nevó y hubo silencio decidió que todos los aeropuertos serían iguales.
- Las baldosas del piso son gris claro y gris oscuro. Los controles de seguridad también son grises y metálicos, los guardias de seguridad son todos iguales y también visten de gris. Son altos, rubios y con la misma voz 'quítate el cinturón y la bufanda'. Y te tocan. También las mujeres te tocan y te desvisten si vas muy vestida. O te quitan los zapatos. Te despojan de algo.
- Los concesionarios de comida son siempre y sin falta Narvesen, Point y Picnic. En los dos primeros, los viajeros se hinchan de salchichas con distintos acompañamientos : cebolla, pepinillos, ensalada de langostinos (sí, la combinan con las salchichas) y algo de color amarillo claro que aunque haya pasado diez años en este país, aún no sé lo que es. También se pueden comprar revistas y periódicos. En Picnic puedes comprar alcohol para distraerte, emborracharte, arrepentirte de volver, perder vuelos o calmarte. Una botella de vino blanco 25 cl es lo que he comprado.
- Los baños son iguales, las salas de espera son iguales, la señales que indican el lugar de las puertas de embarque y demás son iguales, las pantallas de partidas y llegadas son iguales. Todos los aeropuertos son idénticos. Sólo varía el tamaño, aunque en promedio, salvo el de Oslo suelen ser del mismo tamaño en mi impresión.
En los últimos meses he tenido que viajar muchas veces por el interior del país: a Oslo, a Trondheim a Tromsø y ahora que estoy en el aeropuerto tengo la impresión de ser un hámster corriendo en su ruedita, moviéndose pero no llegando a ninguna parte. Un hámster con equipaje y tarjeta de embarque. Avinor me engaña, me hace creer que no cambio de ciudad, salvo llegue a Oslo y note que los pasillos son más largos.
Entonces, a pesar de haber viajado durante toda la semana, siento que no me he movido y mi agotamiento se siente como algo absurdo. No se puede estar agotada si siempre se está en el mismo sitio.
Yo también me engaño a mi misma. Me registro en los vuelos con mi primer nombre y mi último apellido, intento creer que todos estos viajes son importantes y me dejan algo, empaco perfumes y ropa interior nueva que no llego a usar. Siempre me quedo con la de algodón y uso el jabón neutro, pero mi equipaje, a veces parece el de una diva gastada.
2. Fúnebre
El sentir la muerte muy cerca por estos días no ha sido sólo una intuición, un sentimiento negativo o una cosa de mi mente confundida; hoy se ha convertido en realidad. Hoy ha muerto un miembro de mi familia a quien podría calificar como: trabajador, sencillo y sonriente.
Es raro que a pesar de haber visto cómo aquella enfermedad lo consumía, mi recuerdo que quedará de él es el su sonrisa en la mañana llevándome al colegio cuando iba al primer grado por la vía Evitamiento, desde Salamanca que por entonces era un barrio de pocas casas en construcción, casas huachafísimas, con mayólicas en la entrada, varios pisos en desniveles y ventanas ojos de buey. Yo viví en unas de esas casas por una temporada y me subía a un Mazda deportivo de color rojo que entonces era como el auto fantástico todas las mañanas en primer grado. En 1985 Lima se atravesaba en quince minutos y yo la veía pasar desde Salamanca hasta el Rímac. La Plaza de Acho nos recibía a otra Lima y yo pensaba que esa plaza era una casa redonda y nada más y no el lugar donde morían toros y las clases más altas y más blancas celebraban la muerte.
Muerte.
¿Cuántas veces he escrito muerte por estos días?
Esa persona trabajadora, sencilla y sonriente tenía una fábrica de jeans por entonces. Tenía en la primera cuadra de a avenida Abancay una tienda enorme llena de montañas de jeans en todos los tonos de azul. Él a veces viajaba a Arequipa y regresaba con aceite de oliva en botellas de Fanta, esas de vidrio que tenían rollitos. Viajaba a visitar a su familia y a sus olivares, las playas en las que creció, a sus animales y todas esas cosas que dejó atrás antes de venir a Lima y convertirse en un empresario textil y ser uno de los primeros en fabricar jeanes 'nevados'. Ese hombre de animo jovial y sonriente, con un diente de oro, el pelo muy liso y esa manera de bailar que indicaba que realmente lo disfrutaba está muerto y yo escribo esto.
Aunque no sea mi pariente sanguíneo, siento su partida en mi sangre, pues sus hijos y su viuda son también mi sangre y eso es el eco del dolor en las venas, en lo que fluye, en los genes y en los infinitos y complejos árboles genealógicos de mi familia.
Así cómo hay cerdos que tienen olfato para encontrar trufas, y marmotas que predicen la llegada del invierno, yo siempre siento a la muerte rondarme, siempre la veo llegar y escucho desde lejos sus pasos andando.
Ahora estoy en el avión en un vuelo Tromsø - Bodø . En realidad lo sé pues lo dice mi tarjeta de embarque. La modernidad permite que publique este texto desde las nubes, el WiFi mientras vuelas entre el cielo que ahora ya es oscuro y parece la pantalla de un cine muerto.
No sé dónde estoy ahora, no sé qué ciudad estaremos sobrevolando. En realidad no sé en dónde he estado estás últimas semanas.
Estoy agotada y confundida como un hámster.
Avinor, mi cansancio y el sonido del galope de la muerte es ya demasiado.