onsdag, mai 08, 2013

Muro Oral Libertad

En Letonia tuve la impresión de que algunas personas echaban de menos el concreto (ojo, no cemento) de la época soviética, la cortina de hierro, el muro.

Lo entiendo.

Yo también echo de menos ese hierro que daba estructura a mis huesos, ese muro que frenaba mis caballos y que ahora se me ha derrumbado. 

Yo, al igual que los letones, no lo sé explicar, por qué extrañar las barreras, los cinturones, no lo puedo decir a boca de jarro,¿cómo decir que extraño la rienda maullando en los tejados?  Me pasa así como a los letones que no lo saben explicar y que tampoco lo dicen a boca de jarro, pero hay algo en sus miradas, la contradicción y el encuentro, en el encuentro de sus dos lenguas con la mía, hay algo en el tacto, en su pelos que amanecen, en sus maneras de hierro y concreto, en sus abrazos laureados. En todo se trasluce el desconcierto en libertad y la conciencia de que la muralla ya no está. 

El muro cae, la puerta se abre, el dique se rompe, las altas se firman, el hierro se funde, el concreto se vuelve polvo gris y nos quedamos ante todo lo desconocido y lo llamamos realidad. 

Miramos hacia atrás y el muro donde nos estrellábamos rutinariamente ya se derrumbó. Quizá extrañamos la sensación del golpe o la rutina estable del dolor. Nos queda la frustración de haber desarrollado el talento de cómo sobrevivir en el hierro y en el asfalto, la experiencia de la guerra, el conocimiento, las medallas, la estrategias de ocupación de qué sirven ahora en tiempos de libertad, de qué valen los títulos, los grados académicos el pasaporte letón para viajar libremente a Moscú. Ahora, nos han salido alas, agallas, picos , branquias y nos dan de alta a otra realidad.

Todo se abre. 

Las aberturas implican derrames, caídas, pérdidas, partos, dolor.

Sucede a veces que el sueño se me interrumpe y despierto de súbito y con eso llega una especie de agorafobia. 

Antes conocía el grosor de los muros y el tacto del hierro.

Ahora estoy sentada en una plaza comunista, la cortina cayó, el muro se derrumbó y a lo lejos se va erigiendo el monumento a la libertad.

Y me pregunto, cómo diablos vamos a vivir en ella, libertad erecta que apunta al cielo y más allá, si desde que nacemos nos enfrascan en un sistema de carne y de papel:  las huellas, la foto, certificar el nacimiento como si no bastara con el llanto, el nombre y los apellidos que sobran o faltan, los astros y el zodiaco, la sangre heredada, las dolencias, los diagnósticos, el desahucio mental y luego los pasos, las barandas, los golpes contra el suelo, las palabras aprendidas, los uniformes, el periodo, los horarios, los diplomas, más papeles, las alianzas, la construcción de la casa, la noción de hogar y más papeles, los divorcios, las calles, los litros de alcohol, los números de teléfono, las rutas de metro, la inmigración y su sellos, los aeropuertos y sus puertas de embarque, los pasaportes, las alianzas, la sintaxis, la patria y sus límites protegidos, la guerra, el duelo y sus ritmos, más papeles, las lápidas, la soledad, los frascos, las dosis, las horas de sueño.

¿Cuándo demonios hemos nos han enseñado libertad? 

¿Cuándo hemos aprendido libertad?

¿Cómo se hace para despertar sin la agorafobia de una estatua que nos ha liberado, y que sin embargo, nos sobrepasa en altura y peso, y se erige desde el concreto y se sostiene sobre el hierro?

Sí alguna libertad conozco, es la de las palabras, documentar la soledad, escribir, abrir la boca, los sonidos, los trazos y los símbolos y al mismo tiempo, vivo libre y encerrada en una patria de palabras ajenas.

En días como estos suelo acostarme en el suelo. No sé si para evitar la caída inminente o para sentir que la estabilidad empieza por mi espalda.

Saber las medidas de la habitación, las palabras repetidas, la ubicación de las puertas, la seguridad de los gestos, las llaves colgadas, el movimiento del picaporte, la mirada constante (ojalá) el mapa, los pasos y hasta aquí llego.

Estabilidad.

No sé si es eso lo que busco o de lo que escapo, probablemente es algo en lo que estoy inmersa sin darme cuenta, como la estabilidad de estar sentada frente al teclado, la estabilidad de estas líneas, el orden, los puntos y comas que siempre intento. 

Estabilidad y mi rutina antes del sueño inestable.

Me lavo la boca con una pasta rusa que me robé de un baño en Letonia. Me crea murallas de calcio y de fluor en los dientes, impide la abertura, las caries, me evita el dolor del dentista y a veces en voz alta empiezo a deletrear el alfabeto cirílico.

Letonia y aliento.

Desde el fondo de ese aliento soviético ha salido este texto añorando la muralla y el hierro.

La pasta dental se acaba.

El muro, el cemento, el calcio y el hierro se desgastan y caen.

Construiré mi monumento de la libertad con los escombros de la opresión derrumbada.

Escribiré una oda al albedrío con las palabras que me quedan después del pecado de la sumisión

(y me lavaré la boca con una pasta en otro idioma)