A esta hora me doy cuenta que hoy no he abierto la boca. No he pronunciado palabra en todo el día, ni en mi idioma, ni en el ajeno.
Tuve que hacer una llamada al servicio técnico de Canal Digital. Allí todo se soluciona presionando botones, asterisco, volver al menú y finalmente tu reclamo es resuelto y la señal del satélite regresa.
La tele me habla todo el tiempo, a veces la pongo en silencio, como hoy.
Ahora que escribo, creo estar hablando, pero tengo los labios resecos y las comisuras de la boca son bisagras sin aceite.
Tampoco le he hablado a mi gato.
Solo le he depilado una ceja. Sin querer. Pensé que era una espina, tome la pinza y jalé la cerda gruesísima, una ceja cana de mi gato que debe estar envejeciendo.
Depilo cejas de gato en silencio.
Ya es hora de dormir, o más bien de acostarse e intentar dormir.
Cuando era chica, rezaba en voz alta antes de dormir: un padrenuestro, un avemaría y un ángel de la guarda dulce compañía.
Por estos días ando sola de noche y de día.
No rezo en voz alta. Los padres siempre son ajenos, María es mi primer nombre y los ángeles son una ciudad o una canción de Robbie Williams.
No hay oraciones, ni ruegos.
Nada.
Solo cierro los ojos y ahogo palabras mientras me adormezco.