mandag, september 02, 2013

A raiz de Fight Club

Fight Club se estrenó en 1999, pero yo la vi en el lugar y tiempo preciso: Bodø, otoño del 2002.

Recuerdo que la vi sentada al borde del único sofá que tenía por ése entonces. La película estaba hecha para mí: el insomnio, las terapias de grupo, las voces en mi cabeza (en dos idiomas), el sexo, el narrador de mi vida paralela y al final el sótano oscuro albergando a esa violencia pactada que hacía que cada puñetazo se convirtiera en un asunto casi poético y definitivamente liberador.

Por esos días, fantaseaba constantemente con agarrarme a golpes con alguien estando semi desnuda. Era el tiempo en el que estaba aprendiendo el idioma noruego, la cultura, las direcciones y me encontraba con gente nueva a quienes siempre me veía siempre tentada a decirles: "mucho gusto, me encantaría tomarme un café contigo, claro, pero y qué tal si también nos agarramos a golpes?

Mi fantasía sigue allí, pero hasta ahora no he pasado de mis intentos de socializar dentro de los marcos establecidos y legitimados según las convenciones sociales: cafés, cines, restaurantes, bares. Todavía no he llegado a los puños como el medio para encontrar a un amigo (o amiga) verdadero.

Me considero una persona no violenta, no tolero el abuso, no soporto ver imágenes de maltrato y estoy convencida de que la solución a un conflicto no radica ni en las armas ni en los puños, sin embargo, me produce un placer rarísimo ver ciertas imágenes violentas como las de la explosión en prueba de una bomba atómica, los crash test dummies dentro de autos que parecen de cáscaras de huevo, estrellándose en un accidente mortal, un bisturí abriendo un vientre en un solo movimiento, luchadores de MMA mezclando y esparciendo sudor y sangre en el ring, el pellejo humano filmado en cámara lenta al mismo tiempo de ser impactado -con violencia- por un objeto como una pelota de fútbol.

Este placer tan extraño en mí me lleva a pensar si es que es la violencia en sí lo que resulta placentero o la idea de dolor y me inclino hacia lo segundo. Es el dolor lo que me produce placer, en el caso de aquellas imágenes, este dolor o es abstracto (un dolor de crash test dummie o de test nuclear) o es pactado.

Por estos días he experimentado dolor físico debido a una infección. El dolor no se puede controlar, es impredecible, varía de intensidad como si se tratase de una sinfonía, se mueve cuadro por cuadro como una película de 8mm. No sé bien si es el tacto él único sentido que percibe el dolor, pero lo cierto es que cuando el dolor es intenso, duele también ver, oir, oler y saborear. Es fascinante el color del dolor: cierra los ojos en la consulta del dentista cuando te estén arrancando una muela y lo verás, lo verás también cuando esa muela se te esté pudriendo antes del dentista y los colores serán distintos. El tacto del dolor cambia todo el tiempo, desliza tu mano sobre el filo de un cuchillo, descubre tus genitales y revuélcalos en un jardín de rosas y ortigas, estrella tu dedo meñique del pie contra una roca en la playa.

Hit me as hard as you can.