onsdag, april 17, 2013

Vejez 33

Hoy tuve la clara impresión de estar envejeciendo. Y no me digan "estás en la flor de tu juventud" porque yo de flores no sé mucho, solo sé que todas se marchitan primero, se les va la belleza y eso es la muerte.

Esta impresión creo que parte del hecho de recordar cosas insignificantes, pero que aparecen delante de mí como si estuvieran pasando ahora mismo y me viene eso del "recordar es volver a vivir" y creo que podría poner Radio Felicidad y tomarme una manzanilla.

Y entre esas cosas que recuerdo era que a veces explotaban bombas, pero no muchas comparadas con lo que pasaba en el interior del país y que yo ignoraba y que quizá los más grandes no querían ver.  No había luz sino velas blancas por todos lados, unas que venían en un paquete verde. Una vez, en lugar de agua potable, abrí el caño y salió agua pestilente y marrón, de cloaca y me tuve que ir al colegio sin lavarme nada. Había que hacer cola para comprar todo, y la leche se compraba a escondidas en Monterrey.

Yo fui una niña feliz haciendo cola y creciendo en penumbra. Asumí que todo en todas partes era así.

También recuerdo que veía los programas de Porcel y Olmedo. Es decir, estaban ahí puestos.  No sé cuántos años tendría, pero mi subconsciente lo ha registrado todo. Ahora me doy cuenta que durante mi niñez estuve delante de una pantalla, que además de además de Los Pitufos y Los cariñosos, había también un gordo y un flaco en situaciones sexuales, ridículas y vulgares con mujeres voluptuosas y exuberantes.

También, años después, quizá cuando ya entraba a la pubertad me llenaba el cerebro de Las Gatitas de Porcel. Ese programa mostraba al gordo Porcel en una carnicería o farmacia (creo) y venían mujeres semi desnudas con mucho culo y muchas tetas, a decir cosas como "y me inclino así??" y se doblaban mostrándole las ancas al televidente.

Tenía un cuarto para mi sola y en una tele Hitachi, blanco y negro y de pantalla no más grande a una hoja de papel a4 veía mucha basura como esa y noticias, explosiones y muertos, pero también en esa misma tele vi en 1994 Tango Feroz: la leyenda de Tanguito y Amanece que no es poco, en el canal 5 que pasaba buenas películas de madrugada. Imagino que allí nació mi pasión por el cine, y esas películas que las pasaban en programa llamado algo así como "Cine de Madrugada" me hicieron enterrar bien al fondo de mi subconsciente todo lo que vi antes: la vulgaridad, el caos, el exceso y la violencia.

El cine me salvó y hasta ahora me salva.

Por entonces ya no estaba mi abuela que con ella veía siempre la tele hasta la noche del 15 (o 16) de enero de 1993, acostada a los pies de su cama como un gato. Entonces, la tele era a colores JVC y yo era su control remoto. Mi abuela no hubiera visto nunca cosas como Las Gatitas de Porcel o similares vulgaridades. Ella era sutil pero de carácter firme. No era muy alta, pero a veces lo parecía por su andar y su ropa, tenía una elegancia tan natural que no incordiaba. No sé que veríamos mi abuela y yo en la tele, pero me quedaba  a sus pies hasta que ella se adormecía y me decía: "Ya, apaga y anda acuéstate"

Por eso creo que estoy envejeciendo, porque recuerdo este tipo de cosas. También porque mi cajón de la mesa de noche está lleno de frasquitos y tubos de ungüentos de mentol y antibacteriales, papeles, un cuaderno, una linternita y quien sabe que más cachivaches al fondo que ya no alcanzo a ver. Envejezco como envejecía mi abuela, acostada y justo antes de dormir. Seguro ella también tenía cosas así en su cajón de la mesa de noche que revolvía antes de acostarse, mientras yo me acomodaba a sus pies y crecía.

Justo ahora mientras escribo, viene mi gato a mis pies y se acomoda para encontrar el sueño. Y sí, estoy envejeciendo por todo esto y porque además por estos días duermo con una bolsa de agua caliente en la cintura, tengo un pastillero controlado y le hago caso a mi médica de cabecera.

Tengo treinta y tres años y los siento como duplicados o elevados al cuadrado, o retumbando en mis pulmones cuando respiro y me agoto.

Diga treinta y tres, digan lo que quieran: que estoy en la flor de mi juventud, que los treintas es la mejor década en la vida de una persona, que no los aparento cuando me pongo las casaquillas con capucha, el jean descolorido y las zapatillas, que tengo una piel tersa casi sin arrugas.

Tengo treinta y tres años.

Ya ascendí al cielo y ya más de una vez he descendido a los infiernos.

O será quizá que en lugar de envejecer, es que un día de estos voy a resucitar entre los muertos.

Ojalá.



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NB. Por eso, si me identifico con algún animal, es siempre con un gato. Nunca seré una gatita y ya se imaginan por qué.